martes, 9 de febrero de 2016

Educar a través de las emociones positivas

Aunque este post lo voy a enfocar un poco más hacia la escuela, en realidad las mismas ideas podrían servirnos para la educación en el seno familiar.
Los niños pasan mucho tiempo en el ámbito escolar, y podemos mejorar notablemente su bienestar a través de las emociones positivas. Si los niños están a gusto y felices en el colegio, los resultados académicos también serán mejores.
A lo largo del día experimentamos diferentes emociones (asco, tristeza, alegría, miedo, sorpresa, ira). Las emociones positivas son las que mejoran nuestra vida porque nos producen resultados beneficiosos para la felicidad, la salud y el bienestar personal.
A través del diálogo y de nuestra actitud, conseguimos generar emociones en nuestros alumnos: podemos decir o hacer algo para que se sientan bien, y también podemos lograr que se sientan mal.
En muchos casos las emociones de nuestros alumnos están en nuestras manos, y si conseguimos que nuestros niños experimenten a menudo sensaciones de alegría haremos que sean más felices.
Como educadores podemos influir en el desarrollo de los niños y somos en parte competentes para hacer que las cosas les vayan bien.
Guiar el comportamiento de nuestros alumnos es nuestra responsabilidad.
Siempre que un niño haga algo bien, le demostraremos que nos hemos dado cuenta para favorecer que esa conducta se establezca como hábito porque se sintió bien cuando lo hizo.
Cuando un niño hace algo mal que es habitual en él, no debemos ridiculizarle ni etiquetarle porque se resignará a ser así. Si le reñimos y le castigamos continuamente quedará “inmunizado” a esa respuesta. En cambio, si premiamos las actitudes positivas con una alabanza, un abrazo... y le animamos a hacerlo bien para obtener una recompensa, el niño se esforzará por corregir sus fallos para obtener el premio, y estaremos generando emociones positivas.
Para hacernos respetar debemos ser “personas de fiar”: siempre tenemos que cumplir lo que prometemos, así que tenemos que tener mucho cuidado con lo que decimos. Si amenazamos con un castigo o un premio lo tenemos que cumplir. Eso hará que los niños confíen en nosotros.
Los educadores listos no usan la razón para exhibirla, sino que usan la razón para salirse con la suya. Por eso, en situaciones críticas, cuando los niños no están en un “momento razonable” porque están enfadados, tristes, agotados, dormidos... no debemos intentar razonar con ellos sino esperar a que la situación sea más propicia para dialogar.
Los aprendizajes se asimilan mejor en un ambiente relajado y positivo.
Cuando queremos que los niños hagan algo, les señalaremos la oportunidad de hacerlo bien. En ocasiones es necesario recordarlo varias veces para conseguir nuestro objetivo, pero sin desesperarnos, poco a poco, desde la motivación en positivo.

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