miércoles, 15 de julio de 2015

Educar los hábitos

Los hábitos son conductas automáticas que llevamos a cabo de forma inconsciente. No tiene porqué ser algo que hagamos repetidas veces, sino algo automático, con un resultado constatable, y son modulares porque podemos sustituir un hábito por otro sin demasiado coste.
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Un hábito genera emociones positivas cuando lo adaptamos y es congruente, cuando con él nos sentimos en paz, resulta eficaz, es un hábito permitido y tolerado, conseguimos integrarlo en nuestra vida cotidiana y nos hace sentir contentos con lo que estamos haciendo.
Las personas adquirimos hábitos a lo largo de toda nuestra vida, aunque de niños es cuando resulta más fácil adquirirlos y consolidarlos especialmente cuando no requieren de un proceso de cambio. Si desde el primer día le enseñamos a nuestros niños que deben lavarse las manos antes de comer, no tendremos que cambiar ningún hábito (o deshábito) anterior, así que nos resultará mucho más fácil convertirlo en algo automatizado.
Los hábitos hacen que los niños (y no tan niños) se sientan tranquilos en un ambiente. Mantener las rutinas y horarios les hace sentirse más seguros. Algo que tuve claro desde que nacieron mis hijos fue que para que durmieran bien teníamos que establecer una serie de rutinas antes de ir a la cama (bañarse, ponerse el pijama, cenar inmediatamente, lavarse los dientes, hacer pis...) y hacerlo siempre a la misma hora, sea día laborable o no.
Aunque la capacidad de aprender la tenemos todos, no todo el mundo tiene habilidad para implantar hábitos cuando se trata de hacer una transición controlada. El proceso de cambio de un hábito en adultos o niños es complicado y complejo, porque primero tiene que existir la convicción de que ese nuevo hábito es lo mejor para mí, además la persona tiene que estar preparada para el cambio y debe convertirse el hábito en algo estable.
Podemos emplear varios sistemas para consolidar y mantener hábitos
Uno de los más efectivos es aumentar el interés de la persona y hacer que sienta la necesidad porque de ese hábito saca un beneficio. Bien utilizado, podemos, por ejemplo, conseguir que los niños en clase adquieran el hábito de hacer bien la fila para salir al patio si les convencemos de que el beneficio será salir antes al recreo.
Debemos tener mucho cuidado porque también podemos instaurar comportamientos negativos que siendo recurrentes se conviertan en hábitos (que no sé porqué, pero siempre son más fáciles de implantar que los positivos!!!), por ejemplo si cuando al niño se le escapa su primera palabrota nos reímos, lo repetirá porque ha obtenido un beneficio.
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Otra de las formar de conseguir instaurar un hábito es la presión del grupo. Por ejemplo, en el caso de los niños, si se quieren integrar en el grupo tienen que adoptar las costumbres del aula. Así vemos como niños cuyos padres se quejan de que no son buenos comedores, cuando comen el comedor de la escuela siguen el ritmo de sus compañeros porque no quieren quedarse rezagados mientras sus amigos se van a jugar.
Otra difícil pero indispensable tarea de los educadores es ayudar a los niños a valorar la prioridad de sus hábitos.
Si conseguimos que nuestros niños interioricen hábitos positivos y saludables estaremos contribuyendo a su correcto desarrollo infantil, pero también les estaremos educando para construir su equilibrio emocional y vital futuro.

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